viernes, 6 de julio de 2007

La ciencia como ideología tribal y el poder. Feyerabend, 1ª parte:

Hablábamos ya en un antiguo post de la ciencia como un conjunto de creencias, como una religión. Hoy toca ampliar esa visión desde la perspectiva de la utilización de esta ciencia por parte del poder (como sujeto decisor), tarea en la que nos ayudará el filósofo de la ciencia Paul Karl Feyerabend, y algún viejo amigo, como Thomas Kuhn o Humberto Maturana. En posteriores escritos sobre Feyerabend hablaremos ya de las posibilidades reales de alcanzar un conocimiento científico mediante el anarquismo epistemológico. A continuación viene la necesaria introducción coñazo: los que se la sepan que se la salten y los que quieran más que acudan a la anterior entrada sobre el particular.

Desde que Thomas Kuhn escribiera “Estructura de las revoluciones científicas”, la evolución del conocimiento ha dejado de considerarse como un proceso acumulativo, y se ve más bien como la insidiosa sustitución de viejos paradigmas por nuevos paradigmas. Así, por ejemplo, la mecánica newtoniana origina un nuevo paradigma, una verdadera “forma de hacer ciencia”, que se expande durante un tiempo y a continuación viene a ser sustituida por nuevos paradigmas entrantes: la teoría de la relatividad general o la mecánica cuántica. Los paradigmas son inconmensurables entre sí, es decir, no se pueden comparar sus enunciados en términos de verdad, puesto que cada uno de ellos origina un dominio cognitivo distinto, dentro del cual van a existir una serie determinada de problemas científicos y una serie de principios utilizados para solucionarlos. Cuando un paradigma triunfa, dice Kuhn, se asumen sus postulados como principios formales o shaping principles, de tal forma que un científico individual puede dar por sentadas esa serie de suposiciones y no necesita en su investigación tratar de reconstruir completamente su campo desde sus principios. Esto, naturalmente, facilita la investigación, pero hay que tener en cuenta, dice Kuhn, que lo que se está haciendo es asumir acríticamente una serie de enunciados como verdaderos.

De esta forma, en último término tenemos dos suposiciones generales no comprobadas:

1. Que el método científico revela una realidad objetiva que existe independientemente de lo que los observadores hagan o deseen.

2. Que la validez de las explicaciones científicas se apoya en su conexión con dicha realidad objetiva.

Se trata del objetivismo, el principio formal más básico de la ciencia, común a casi todos los paradigmas que llevan entrando y saliendo unos 300 años. Humberto Maturana es un gran crítico de esta creencia, y señala que “no hay ninguna razón, ni científica ni no científica, para pensar que tal realidad objetiva independiente existe”. Por supuesto, tanto el objetivismo como muchas otras premisas menores son absolutamente arbitrarias. Y todo cuanto se elabora en la ciencia asume inmediatamente la validez de estos criterios.

Partiendo de esta idea, Paul Feyerabend (a la derecha), nos va a afirmar tranquilamente que la ciencia no es más que una creencia, una ideología tribal. Esta idea puede argumentarse desde dos perspectivas:

En primer lugar, la ciencia es una creencia desde la perspectiva de los que la hacen, los científicos, dado que como hemos dicho éstos se fundamentan en un conjunto de conocimientos derivados de premisas arbitrarias sin vocación alguna de permanencia. Como dice Maturana, la racionalidad de un cuerpo de conocimientos científicos no es, por tanto, universal, sino autoreferencial, y la ciencia conforma un sistema cognitivo como cualquier otro; su validez dependerá de la aceptación por el sujeto del criterio de validación del propio sistema científico.

Pero, lo que es mucho más importante, la ciencia también funciona como una religión desde la perspectiva de aquellos que creen en ella. Feyerabend dice que la posición del científico en el mundo actual se asemeja a la del sacerdote en la antigüedad; el aura de verdad y bondad del oficio del primero se han trasladado socialmente a la figura del segundo. Dice más exactamente que:

“La ilustración del siglo XVIII hizo a la gente más madura ante las iglesias. Un instrumento esencial para conseguir esta madurez fue un mayor conocimiento del hombre y del mundo. Pero las instituciones que crearon y expandieron los conocimientos necesarios muy pronto condujeron a una nueva especie de inmadurez. Hoy se acepta el veredicto de científicos o de otros expertos con la misma reverencia propia de débiles mentales que se reservaba antes a obispos y cardenales, y los filósofos, en lugar de criticar este proceso, intentan demostrar su “racionalidad” interna”.

Y ocurre que, pese a cierto descrédito y desconfianza social crecientes en la actividad científico-técnica debido a cosas como Tchernobyl y Bhopal, el científico sigue constituyendo una figura de referencia que legitima la actividad político-económica; el científico se halla en la mismísima base fundacional de nuestra sociedad, está detrás de todo: revoluciones, guerras, comercio, regulaciones jurídicas, declaraciones públicas de políticos y empresarios y discusiones de café tal como este blog solipsista de la mesa del fondo a la izquierda.

La ciencia se utiliza como excusa para todo. En particular, decisiones políticas o económicas arriesgadas (que ponen en riesgo la seguridad de la población) van a gozar de una intensa legitimación científica. Gente de bata blanca, probetas humeantes tras la oreja y expresión alienada aparecerá por ahí soltando un sermón que acallará a las masas y las tranquilizará; entre sí se susurrarán: “lo ha dicho el padre Sagan, podemos estar tranquilos”.

La legitimación de decisiones impopulares es técnica vieja del poderoso. La ciencia se utiliza en ese sentido, no porque sea capaz de predecir el curso que seguirá una determinada acción, sino porque es la explicación de la realidad con más seguidores en la actualidad y por tanto causa simpatía hacia el acto de dominación que el poderoso se dispone a realizar. Así, en la antigüedad, de modo acorde con las creencias de la mayoría, se buscaba insistentemente una legitimación divina para las acciones del poder que por diversas razones pudieran resultar impopulares, tales como las cruzadas o la conquista de América, que recibieron ambas bula papal. Esto no quiere decir que la religión haya dejado de usarse como legitimación: los yihadistas actuales buscan claramente la legitimación divina en sus imanes, y Bush legitimó también de esa forma su invasión de Irak. Los gemelos polacos andan también por esos lares en cuanto al problema de la homosexualidad y hace poco escribimos sobre el museo del creacionismo en Kentucky, ese lugar donde todo puede suceder. Más atrás, la legitimación provenía de los brujos, los chamanes, los adivinos shang que predecían el futuro sobre conchas rotas de tortuga… siempre ha habido. La legitimación en todos estos casos es útil al poder ante los ojos de una población creyente en el ordenamiento legitimador y en que éste les llevará finalmente por el buen camino, ya sea al paraíso, a la sociedad sin clases o sencillamente a un progreso identificado con el crecimiento económico. Esas cosas nunca suceden realmente, solo se puede creer en ellas y entregar la propia vida a la Iglesia, el Estado o la Empresa para que ellos actúen por uno mismo, es decir, solo cabe esclavizarse a quien detenta la legitimación para mandar conforme al sistema de creencias vigente. .

En ocasiones, sin embargo, el problema es mucho más grave, porque los científicos, lejos de legitimar decisiones, están hoy en día adoptándolas directamente. Por medio de la fórmula de la remisión al Estado de la técnica, las Administraciones Públicas están renunciando a la regulación jurídica en cada vez más ámbitos y cediendo dicha competencia al cuerpo científico-técnico, un cuerpo que no ha sido elegido democráticamente y que carece de control público en todos los países salvo en la República Popular de China (que quizás gracias a eso tiene los cohetes más bonitos y futuristas, uno a la izquierda).

Y esto no es solo así, sino que además confiamos más en el científico que tiene más condecoraciones (los galardones se llevaban antes en la vestimenta emperifollada, pero hoy está de moda la imagen del líder sobrio con un largo currículum; descodificado, todo significa lo mismo: “La tengo más grande que vosotros”). De esta forma, la ciencia se ha jerarquizado: se ha establecido una jerarquía: los científicos de “reconocido prestigio” y “los demás”. Pero si la ciencia avanza mediante revoluciones que se extienden siempre desde las minorías, pero si los defensores de las viejas teorías nunca se transforman sino que tienen que morir, como decía el físico Max Plank, para que la ciencia avance… ¿Qué hacemos creando una jerarquía científica y confiando en su vértice?. Está claro, estamos reproduciendo como monos estúpidos esquemas ya medievales: estamos creando un nuevo Vaticano.

Finalmente, la ciencia, conforme al constructivismo, no está “descubriendo el mundo”, dado que no es más que otro sistema cognitivo autopoiético, como toda creación humana. Muy al contrario, la ciencia está “creando el mundo”, en la medida en que éste mundo cree en ella. Los “descubrimientos” y “teorías” científicas aceptadas por la comunidad se convierten en verdad en medio de una liturgia eclesiástica generalmente invisible. De esta forma, la ciencia se configura como una ideología tribal que va imponiendo poco a poco su forma de ver el mundo al mundo; de esta forma, se llevan sus productos: la democracia, los derechos humanos, el libre mercado y el racionalismo crítico a todas partes, si es necesario a sangre y fuego. Algunos presentan resistencia, pero en nuestra tierra, lo que hay es un manso rebaño de ovejas que se tragan todo lo que les dicen y luego además lo ponen en práctica (las vitaminas son buenas, las vitaminas son malas, los rayos ultravioleta son buenos, los rayos ultravioleta son malos, el móvil es bueno, el móvil es malo, yo hago lo que me ordena mi cura de la revista Science, cuyas contradictorias opiniones llegan a mi a través del presentador analfabeto pero con buena imagen de un telediario que lee el texto que un becario de la agencia X distribuyó, bondades de la globalización, a todos los países del mundo y que además de estar contaminado ideológicamente y censurado varias veces, perdió gran parte de su sentido en la traducción).

Feyerabend dirá que “un racionalista amaestrado será obediente a la imagen mental de su amo, se conformará a los criterios de argumentación que ha aprendido, se adherirá a ellos sin importar la confusión en la que se encuentre y será completamente incapaz de darse cuenta de que aquello que él considera como la “voz de la razón” no es sino un post-efecto causal del entrenamiento que ha recibido. Será muy inhábil para descubrir que la llamada de la razón, a la que sucumbe con tanta facilidad, no es otra cosa que una maniobra política”. Por ello se impone lo que Maturana y Luhmann llaman la “observación de segundo orden”, que es lo mismo que Krishnamurti llama “autoobservación”, porque la única forma de descubrir que se está prisionero es experimentar la libertad; la única manera de desmontar un orden en el que creemos es contrastarlo con una cosmovisión radicalmente distinta. Ningún orden tiene mecanismo racional de autodestrucción; si se asumen las premisas del cientificismo, es imposible desmontarlo, como sucederá con todo dominio cognitivo, ya sea idealista o realista.

La ciencia, por lo tanto, afecta de un modo descomunal a la sociedad y, por lo tanto, indudablemente requiere de un control democrático. Incluso apostar por una meta de investigación termina afectando ampliamente a la vida de todos los ciudadanos (piénsese en la bomba atómica), por lo que quizás fuera la sociedad quien debiera determinar las metas de la investigación. Esta idea no solo la propuso Feyerabend, sino también el sempiterno Rupert Sheldrake, al que cito tanto porque me cae bien dado que se llama como el osito de Stewie:

Si Rupert dice que no se investiguen nuevas formas de exterminio masivo, hay que hacerle caso.

. Al proponer el control democrático de la ciencia, Feyerabend, a diferencia de Hans Jonas, se sitúa por tanto en la línea de Protágoras y en contra de Platón, respecto al problema de quien debe tomar las decisiones, si “todos”, o si “el mejor”. Paradójicamente, en sociedades que se suponen democráticas, es en realidad el Papa el que decide lo que se hace, y por medio de un control ideológico de la población teñido de racionalidad y objetividad científica, hace creer a la sociedad que las decisiones las toma ella misma. Lo mejor del asunto es que él ni siquiera sabe lo que está haciendo… no hay un centro neurálgico, el poder está disperso, confundido, actúa casi al azar y en el más profundo desconocimiento de la realidad que lo rodea...

Liberen, en fin, el pensamiento de sus atávicas ataduras.

Libros recomendados:

- Humberto Maturana. Fundamentos biológicos del conocimiento.

- Paul Feyerabend. Tratado contra el método.

- Paul Feyerabend. Adiós a la razón.

viernes, 25 de mayo de 2007

Evolución, Darwinismo, Diseño Inteligente y Creacionismo:

Resulta relativamente complicado informarse seriamente en la red sobre estos temas, especialmente sobre diseño inteligente. La mayoría de páginas existentes al respecto no hacen honor a su título en google y terminan hablando de Kansas y de que la religión es el opio del pueblo y que en realidad todos descendemos de las amebas por pura casualidad; mientras otro gran número comienzan citando el Génesis como explicación a la existencia del hombre en la tierra o lo disimulan durante un rato y lo sueltan sin previo aviso, o simplemente afirman una vez detrás de otra que Darwin estaba equivocado sin plantear alternativas.

A continuación, me propongo realizar un viaje fuera de estas soluciones, para lo cual se requiere incialmente una leve crítica a todas estas opciones ideológicas básicas, que encarnan fundamentalmente el ateismo y la fe. 

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A. El creacionismo no resulta convincente:

El problema fundamental de la interpretación literal del Génesis no es ni que Dios existiese, ni que crease el mundo en 6 días ni siquiera que sacara a Eva de una costilla y todo eso. Estas son cosas complicadas, pero al fin y al cabo no descartables.

Muy al contrario, el problema es que una vez creada la estirpe humana, resulta que Adán y Eva, únicos seres humanos en la faz de la Tierra, no tienen ninguna hija, pero sus hijos Caín y Seth tienen descendencia. Como es vox populi, se precisa un varón y una hembra para engendrar, por lo que caben dos soluciones a esta paradoja: o bien al principio los seres humanos eran hermafroditas, o Dios siguió creando mujeres a partir de costillas. Si bien posible, en el fondo hay que reconocer que no es muy convincente. Pero pese a ello, como toda película comercial llena de errores evidentes, la Biblia es el libro más vendido en el mundo y su interpretación literal la más extendida. ¡Coman mierda, 10.000 trillones de moscas no pueden equivocarse!

Esto no ha echado atrás a los creadores del Museo del creacionismo, un parque temático sito en Petersburg, en Kentucky junto a las famosas granjas de pollos. Ahí, la élite de la investigación yankee explica el génesis bajo el lema de “prepárense para creer” y muestra personas y dinosaurios conviviendo en armonía. Naturalmente, los americanos están enfermos: el 45%, incluido Bush, cree que el mundo tiene 10.000 años y que no descendemos del mono. Y hablando de Kentucky, y aunque no tenga mucho que ver, la empresa de pollos ha montado en Nevada, junto al área 51, un anuncio que se ve desde el espacio (es cierto, compruébenlo). Es el siguiente.

Esta foto demuestra que EE.UU puede no ser el lugar más apropiado para informarse seriamente de estas cosas.

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B. El diseño inteligente no es una teoría y además es sospechoso:

La Teoría del Diseño Inteligente alega no tener nada que ver con el creacionismo, ni con Dios ni con la Biblia; no dice que el mundo tenga 10.000 años ni que el ser humano no haya evolucionado y viviera en armonía junto a los dinosaurios. Postula, sencillamente, que “son precisas causas inteligentes para explicar las complejas estructuras ricas en información de la biología. Dichas causas deben ser empíricamente detectables”.

Como tal, no es, en realidad, una teoría, sino una “anti-teoría”. Su enunciado positivo, lo de las causas inteligentes, es arbitrario, por cuanto la distinción lingüística entre aleatoriedad e inteligencia dista mucho de ser pacífica, e incluso podría significar lo mismo. Lo que sucede con el diseño inteligente es que ellos creen saber lo que es la inteligencia. Pero el hecho de que casi todos sus defensores sean cristianos no ayuda mucho a romper su fama de ser creacionismo disfrazado.

Además, continúan basándose en la anticuada tesis del “creador del reloj” enunciada por William Paley, un filósofo apologista cristiano que la utilizó en 1802 para argumentar la existencia de Dios. La tesis dice que si te encuentras un reloj en el suelo, no piensas que sea algo natural, sino creado, porque tiene un propósito: dar la hora, y que como el reloj, otras cosas no humanas que se encuentran por ahí en la naturaleza tienen también su propósito, y por eso han sido creadas (a la derecha pueden observar a Pailey con su aura de irrelevancia; probablemente en el metro pasaba desapercibido).

En mi opinión, dado que “la hora” es algo humano arbitrariamente inventado, un reloj no sirve absolutamente para nada; su propósito es una invención humana. La idea misma de “propósito” es una invención humana, lo que no quiere decir que no pueda ser cierta. Por lo demás, el reloj podría estar ahí por casualidad o haberse hecho a si mismo. Si opino que tiene un creador es porque se que los humanos crean relojes, no por otra razón evidente a los sentidos.

Por lo demás, la existencia de un creador me parece inexcusable desde el momento en que existe una creación: el Universo. Lo que pasa es que el creador puede estar implícito en lo creado, y aunque no, no necesariamente lleva una túnica blanca, sandalias y barba. Digamos que Dios podría ser verdadero, pero no hay duda de que cualquiera de sus representaciones por medio de la despreciable mente humana no lo son.

Como punto positivo, con el diseño inteligente, que sí admite la evolución junto a la creación inteligente, solucionamos el problema de la descendencia de los hijos de Adán. Este dibujo muestra cómo.

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C. El darwinismo es altamente improbable:

La Teoría de Darwin es algo que aquí en Europa suena mucho mejor que lo de Adán y Eva o lo del creador inteligente. Pero en general se desconoce en qué medida aquello de lo que se habla es efectivamente una “teoría”, simple y llanamente eso, carente por completo de una contrastación empírica definitiva.

Muy al contrario, la opinión aceptada políticamente, mediáticamente y por ende socialmente es que Darwin es LA VERDAD (sí señores, y en 1859, con “El origen de las especies”, por fin, se descubrió LA VERDAD, que durará siempre, por los siglos de los siglos, amén). Y sucede que cualquiera que contradice la verdad es automáticamente tachado de creacionista.

Esto es lo que piensa una mente en la que solo existen Dios y Darwin. Si no es Darwin, por fuerza tiene que ser Dios. Pero que no creas en Dios no implica que tu cerebro haya salido de rocas volcánicas a través de millones de años y por casualidad. Eso deja verdaderamente en muy mal lugar al ateismo, casi sin argumentos, solo Darwin. Yo no creo en Dios porque nunca lo he experimentado, no porque proceda del mono.

Otra de las malinterpretaciones en relación con la evolución es la infundada creencia popular en que evolucionamos por el mero hecho de que pase el tiempo. Esta estúpida creencia, producto de la mente esclava del hombre moderno, que piensa que sus reyes le guían por el buen camino y que puede quedarse sentado rascándose los cojones y "dejarse evolucionar" es sencillamente falsa. Como señala el eminente biólogo genetista Georges Wald y puede percibir cualquiera que entienda la selección natural, la especie humana realmente no está evolucionando desde hace milenios, sino justamente lo contrario. Esto es así porque la evolución precisa que los individuos débiles mueran masivamente para que los fuertes se propaguen, y nosotros, por el contrario, los protegemos y alimentamos, los mantenemos con vida, pagamos a la seguridad social para que proteja los puntos oscuros de nuestra especie y les permita proyectarse hacia el futuro; de hecho incluso gobiernan países y preñan a nuestras mujeres una detrás de otra. Como consecuencia, nuestra especie lleva largo tiempo degenerando (de ser cierta la hipótesis de Darwin).

Pero Charles Darwin estuvo muy lejos de probar su teoría. La elaboró subjetivamente (como se elaboran todas las teorías), probablemente influenciado por los cuentos de su abuelo, Erasmus Darwin, quien propuso ya en el siglo XVIII que la vida había cambiado. Y no fue hasta el siglo XX que se pretendió demostrar empíricamente la Teoría de la Evolución por medio de la genética. Pero la genética, pese a sus impresionantes éxitos en esta labor, también deja preguntas sin respuesta, los genes han demostrado ser algo muchísimo más complicado de lo que se pensaba, y no explican necesariamente la macroevolución.

Existen dos tipos de evolución, una “microevolución”, a nivel individual, y una “macroevolución” a nivel de especies. La microevolución está absolutamente contrastada, porque es observable empíricamente (las mutaciones de la famosa mosca de la fruta). En cambio, no existe ninguna observación empírica de la macroevolución, tan solo registros fósiles y genéticos que por sí solos no prueban necesariamente la existencia de una ley evolutiva natural aleatoria, que es en lo que consiste todo esto, en la aleatoriedad frente a la inteligencia, el caos frente al orden. Lo que más bien se comprueba es que casi todas las mutaciones que un organismo puede sufrir son negativas para éste, como descubrió Adam West, el alcalde de Quahog (a la derecha), al revolcarse en residuos radiactivos para tratar de contraer superpoderes.

Ya se ha explicado en este blog por activa y por pasiva la “naturaleza provisional del conocimiento humano” (la frase es de Niels Bohr). Incluso el vanidoso nauseabundo de Karl Popper reconocía que “debemos considerar todas las leyes o teorías como hipótesis o conjeturas: es decir, como suposiciones”, y Thomas Kuhn indica claramente cómo la “ciencia normal” consiste en hacer encajar a la naturaleza en el estrecho molde del paradigma dominante hasta que sus anomalías son demasiado importantes como para ignorarlas y el paradigma cae. Pero mientras tanto ni se habla de dichas anomalías, se hace como si no existieran.

Pues bien, el paradigma dominante es el evolucionismo, y sus anomalías las resaltan cada vez más científicos, muchos de los cuales defienden visiones que pueden englobarse dentro del nombre de Diseño Inteligente, y otros… no (por ejemplo, Richard Von Sternberg, David Berlinsky y Rupert Sheldrake, no son ni creacionistas ni defensores del diseño inteligente, pero critican a Darwin como el que más).

Así, por ejemplo, si la teoría de Darwin fuese cierta, el planeta debería estar plagado por completo de fósiles de mutaciones fallidas. Sin embargo, no es así; nunca se encuentran eslabones intermedios suficientes.

Otra de las anomalías más interesantes de los cientos que corren por ahí es la relativa a la formación del ojo humano, resaltada por Rupert Sheldrake. La idea es que existen miles de pasos y mutaciones necesarias para formar el complejo mecanismo del ojo, pero ninguna de estas mutaciones por sí sola es funcional, es decir: ninguna comportaría una ventaja competitiva en el individuo mutado, por lo que la selección natural no funcionaría, y se requeriría que durante millones de generaciones, la línea genética del primer individuo mutado se mantuviera (sin ventajas sobre los demás), y fuera desarrollando otras mutaciones no perjudiciales que completaran poco a poco lo que es el ojo. La improbabilidad de que suceda esto es tan grande que efectivamente es más plausible creer en el señor de la túnica, las sandalias y la barba blanca.

Muy relacionada con la evolución del ojo está la evolución del gusto artístico. Aquí la selección natural es más evidente.

Asimismo, la genética no explica (ni puede explicar) por qué células embrionarias absolutamente idénticas, con la misma información, se dedican a funciones distintas, y unas van a las piernas y otras a la cabeza a especializarse.

Esto llevará al biólogo Rupert Sheldrake a elaborar su interesante Teoría de los campos morfogenéticos, que ya explicamos en un post anterior, y que muy brevemente viene a indicar la necesaria existencia de una información “ambiental” que las células captan de un “campo” conformado por los hábitos de todos los anteriores seres humanos, y que lleva continuamente a la formación de estructuras vivas similares a las anteriores. En mi opinión, esta teoría es la mejor explicación existente de la evolución, y todavía no existe ningún dato empírico que la contradiga (al contrario que la teoría de la evolución).

El libro “Una nueva ciencia de la vida” en el que Sheldrake presentó su teoría al mundo fue recibido por la jerarquía científica dominante como el manifiesto de Lutero por la Iglesia católica. No lo queman porque la intensa manipulación mediática impide que la población conozca de su existencia y se rebele contra los postulados científicos dominantes.

Y es que en realidad la evolución se mantiene, no porque esté demostrada; ni siquiera por su superior capacidad explicativa, sino porque forma parte de un programa político. Así, en el libro “Biología Evolutiva” de Futuyma se explica claramente que “fue la teoría de la evolución de Darwin, unida a la teoría sobre la historia de Marx y la teoría sobre la naturaleza humana de Freud, las que proporcionaron un empuje crucial a la plataforma del mecanicismo y materialismo que, desde entonces, ha sido el estado del pensamiento científico occidental”.

Si se fijan, nuestra sociedad reverencia a estos tres personajes, pese a que el psicoanálisis de Freud esté totalmente superado en el campo de la psicología, del materialismo histórico de Marx ya casi ni se hable en historia y la macroevolución de Darwin no haya sido comprobada empíricamente nunca. Por la misma razón, se reverencia a Einstein y se desconoce a Bohr, siendo que en todos los experimentos planteados para demostrar quién de los dos tenía razón respecto a la naturaleza determinista o caótica de la realidad, haya salido ganando la opción cuántica del segundo (por ejemplo, el experimento Aspect de 1981-82).

Se trata de opciones políticas, porque la sociedad humana se organiza en torno a creencias, y aquel de quien emanan dichas creencias (vaticano científico), al igual que quien le paga (gobiernos, empresas) y quien les pone voz (medios de comunicación), tienen todo el poder. Porque el poder no es una relación materialista de dominación, sino psicológica.

Ha llegado el momento de soltar mi propia teoría sobre la creación, la evolución y la existencia, que actúa al mismo tiempo de teoría del todo, porque explica el movimiento y cualquier fenómeno que pueda imaginarse. Ahí va:

Mi posición es que las cosas evolucionan porque quieren. Es la manera más sencilla de solucionar el asunto. Los árboles y las plantas crecen porque les da la gana y la Tierra gira alrededor del Sol porque es lo primero que se le ocurrió hacer. Naturalmente, asumo como principio formal que todo lo que existe está vivo, pero considero que eso es más lógico que lo contrario. Dado que nuestra única experiencia de “ser” (ser humanos) es una experiencia de “vida”, me resulta más extraño pretender que haya otras formas de ser que no sean vida, que pretender que la existencia en si misma es vida. Todo esta vivo y hace lo que quiere, excepto el ser humano, que debido a que tiene creencias, hace solo lo que le dejan.

Bien, si a alguien le quedan dudas sobre la eficacia de la teoría de Darwin sobre las mutaciones aleatorias que generan cosas con sentido, que pruebe el siguiente generador de mutaciones aleatorias, por ejemplo, copiando este texto, pegándolo en él y mutándolo, a ver cuánto tarda en salir el primer párrafo del Quijote

sábado, 21 de abril de 2007

Enseñanzas de Gurdjieff 1ª parte

Volvemos en este artículo sobre la evolución humana interna abandonando brevemente las cuestiones del mundo material estricto, y lo hacemos de la mano de George Ivanovich Gurdjieff (a la izquierda), místico armenio de la primera mitad del siglo XX que difundió una nueva forma de alcanzar la trascendencia, el Cuarto camino o “camino místico-práctico”, influenciando directa o indirectamente a gran cantidad de místicos de la modernidad, especialmente a Castaneda, cuya enseñanza es profundamente místico-práctica, pero también a otros como Osho, y por otro lado a autores New Age como Bob Frissel, que copia casi literalmente su metáfora del libro de Gurdjieff “relatos de Belcebú a su nieto”. Dada la amplitud y variado de sus enseñanzas sobre el mundo real, que abarcan sencillamente “todo”, empezaremos por la evolución interna del ser humano: la comprensión de lo que somos y la manera de extraer de nosotros nuestro potencial. El punto de partida de Gurdjieff a la hora de afrontar la búsqueda de la verdad es el mismo que el de todas las tradiciones místicas y todas las religiones no organizadas/corruptas: “la evolución del hombre no puede abordarse a través de las influencias de masas, sino que es el resultado del crecimiento interior individual”. La búsqueda de la verdad, sea por el camino que sea, exige inevitablemente regresar a uno mismo y empezar a solucionar el problema de lo que uno mismo es y cuál es su lugar en el mundo que lo rodea. Sin este conocimiento, nadie tiene un punto de enfoque en su búsqueda.
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Gurdjieff señala tres caminos tradicionales para alcanzar la totalidad de uno mismo.
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1. El camino del fakir logra la iluminación a través del dominio de las sensaciones por varios medios de ascetismo, como acostarse sobre una cama de clavos, pararse sobre las puntas de los dedos de los pies por meses, etc. Requiere unos cincuenta años de práctica.
2. El camino del monje implica sufrimiento emocional y, aunque no requiere tanto tiempo como el camino del fakir, aun demanda cerca de 25 años.
3. El camino del yogui se abre a la iluminación en más o menos 10 años a través del dominio de posturas o movimientos destinadas a aumentar la interrelación cuerpo-mente.
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El Cuarto Camino o camino "místico-práctico" usa las partes necesarias de las otras tres vías. En lugar de alcanzar el dominio completo de alguna función, usa el mínimo dominio de cada "centro": el instintivo, el de movimiento y el emocional. El cuarto camino o "trabajo" al contrario de los otros tres que demandan aislamiento, debe llevarse a cabo en medio de la vida ordinaria y, ejecutado adecuadamente puede ser alcanzado en dos años.
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La evolución personal, se tome el camino que se tome, se va a producir inevitablemente haciendo desaparecer lo falso de uno mismo, muriendo ante uno mismo y renaciendo como alguien nuevo. En ese sentido, todos los caminos son el mismo, pero se pueden enfocar de distintas formas. El caso es que el hombre al nacer es una oruga que tiene potencial para convertirse en mariposa, pero por desgracia suele estancar su crecimiento y muere sin haber llegado a volar.

Soy un ser superior...

Bien, ¿por donde empezamos?, ¿Qué es lo que somos como punto de partida? Gurdjieff dirá que somos una máquina, que reaccionamos al mundo externo y nos dejamos absorber por él conforme a antiguos patrones que nos esclavizan. Pero esto no es necesariamente así. En sus palabras: El hombre es el ser que puede “hacer”. “Hacer” significa actuar conscientemente y de acuerdo con la propia voluntad. Sin ninguna exageración podemos decir que todas las diferencias que nos impresionan entre los hombres pueden reducirse a las diferencias en la conciencia de sus acciones. Sin embargo, entre los hombres ordinarios, así como entre aquellos que son considerados extraordinarios, no hay ninguno que pueda “hacer”, porque para ello se necesita un grado muy elevado de ser y de conocimiento, de los que carece el hombre que duerme. En su caso todo está hecho en el sueño. Ante todo el hombre debe despertar. Habiendo despertado, verá que tal como es, no puede “hacer”. Tendrá que morir voluntariamente. Una vez muerto, puede nacer. Pero el ser que acaba de nacer, debe crecer y aprender. Cuando haya crecido y sepa, entonces podrá “hacer”. De momento, el hombre ni siquiera es capaz de la más mínima acción independiente o espontánea. La totalidad de él no es otra cosa que el resultado de influencias externas. El hombre es un proceso, una estación transmisora de fuerzas Así, nuestra vida consiste en una interminable cadena de pensamiento por asociaciones casuales, el conocido diálogo interno, que se produce por nuestra incapacidad para manejar la atención. Pero no sólo nuestros pensamientos, sino también nuestros estados de ánimo están condicionados por lo que nos rodea: alguien nos halaga y nos alegramos, alguien nos insulta y nos cabreamos. Así, lo externo nos atrapa, nos hundimos en lo que nos rodea hasta que esto nos posee, nos amarra y nos quita nuestra fuerza, nuestro tiempo, dejándonos sin la posibilidad de ser objetivos y libres. Y la libertad es necesaria para el conocimiento del sí. Conforme a otros autores tratados aquí, la libertad es tanto una meta en sí misma (Castaneda), como una condición para el conocimiento de la verdad (Krishnamurti).

Lo de arriba representa la rueda del cerebro. El diálgo interno incesante, tirado en este caso al parecer por el sexo opuesto, cosa verdaderamente común.

Nos dejamos influenciar por cosas exteriores, pero en sí mismas estas cosas son inofensivas: somos nosotros los que permitimos que nos lastimen. Debido a la importancia y seriedad que conlleva la búsqueda de este conocimiento interno, Gurdjieff indica que no puede intentarse descuidadamente, sino que exige tal esfuerzo que quien lo persigue debe darle preeminencia en su vida. El primer paso a tomar conforme a Gurdjieff (que en esto coincide con Krishnamurti), es la autoobservación. Pero antes de autoobservarse conviene que el hombre tome una decisión sobre cómo hacerlo; en palabras de Gurdjieff: Debe tomar la decisión de que será absolutamente sincero consigo mismo, que no cerrará sus ojos a nada, que no rehuirá ningún resultado, sin importar a dónde lo conduzca, que no temerá ninguna deducción, y que no se limitará por muros previamente erigidos. Se requiere mucho valor para aceptar sinceramente los resultados y conclusiones a que se llegue. Éstos desbaratan toda su línea de pensamiento, y lo privan de sus más agradables y queridas ilusiones. Ante todo ve su total impotencia y desamparo ante literalmente todo lo que le rodea. Es poseído por todo y gobernado por todo. Él no posee y tampoco gobierna nada. Las cosas lo atraen o repelen. Toda su vida no es más que un ciego dejarse llevar por estas atracciones y repulsiones. Además, si no teme a las conclusiones, puede ver cómo se forman lo que él llama su carácter, gustos y hábitos: en una palabra, cómo están construidas su personalidad e individualidad. Esa será la forma correcta de observarse, forma que por lo demás difiere profundamente del significado habitual psicológico, que adapta la mente humana a esquemas racionales preconcebidos, que no son sino “muros” previamente erigidos ("Mire, usted tiene síndrome de Asperger, encuadrado en el DSM IV", "¿Sí?, ¿¡Pero de qué cojones me está hablando!?"). Hay una enorme distancia entre las clasificaciones psicológicas y la realidad. Estas tratan, por el método inductivo, de deducir leyes generales de fenómenos particulares, y cada año engordan más el DSM con nuevos síndromes descubiertos. ¿Hasta cuando?, fácil: hasta que termine habiendo tantos síndromes como personas en el mundo. El primer principio de la enseñanza de Gurdjieff es que “nada debe ser tomado como dogma de fe”. El esquema de la construcción de la máquina humana que él nos proporciona debe servir simplemente como un plan para el trabajo sobre uno mismo, no como algo en lo que creer. Es en el trabajo donde debe estar el centro de gravedad. Bien, pues comencemos con dicho esquema: En primer lugar, y lo más importante de todo, es que el ser humano es un ser plural. No hay un “yo”, sino muchos “yoes” que se van intercalando a la hora de hablar, juzgar o actuar. Somos una especie de parlamento donde hay mayorías y minorías. Cada cierto tiempo, un grupo toma la palabra, y en ocasiones se producen pequeños golpes de estado y un grupo que antes no era oído se empieza a hacer oír, pero no dura mucho, porque enseguida lo reemplaza otro. Las mayorías y minorías van cambiando de peso. Algunas desparecen para siempre, otras viven con nosotros para siempre, pero lo importante es que en el plazo de unos minutos, somos muchos, no uno.

Cuando se empieza a "buscar", en la persona se ha formado un "centro magnético", es decir, un grupo de "yoes" que tienen un interés común más allá de los intereses de la vida ordinaria y que busca respuesta a las inquietudes y a las eternas preguntas de la humanidad. Cuando estos yoes dominan, la persona busca despertar; cuando no, duerme plácidamente como los demás. Pero si se empieza a alimentar este centro magnético, tarde o temprano resulta posible contemplar aterrados cómo no sabemos lo que queremos, cómo no tenemos ningún deseo básico. Se trata del "abismo". Como dijo Nietzsche, tu miras al absimo, y el abismo te devuelve la mirada. No es fácil de soportar. A cada momento, cada uno desea algo, pero no es un deseo propio, sino el de un “yo” pasajero. Tarde o temprano se sufre la vieja pregunta de "¿quién es el que piensa?", porque se descubre que lo que creíamos ser nosotros no es sino "lo pensado", un ecosistema de personalidades que actúan contradictoriamente y de modo absurdo y que se van sustituyendo sin finalidad ni motivo, inevitablemente... indefinidamente... La búsqueda del yo es la búsqueda de la unidad. Lo que está separado es irreal, como indica Krishnamurti. En consecuencia, se impone unificar los múltiples “yoes”. La técnica utilizada es la introducción de un “yo de trabajo”, que se despierta a través de una palabra o un gesto. Este “yo” es transitorio: está únicamente para acallar a los demás y permitirnos la observación objetiva, ese es su fin. El trabajo consiste en fortalecer los “yoes de trabajo” hasta el punto que se los puede utilizar en cualquier circunstancia para salirnos del pensamiento asociativo, del diálogo interno, y experimentar la “esencia”, que es lo que subyace al diálogo, o personalidad, aquello que éramos cuando éramos niños. Es una lucha desesperada de uno contra miles. Pero en el fragor del combate, ese uno va fortaleciéndose hasta que es capaz de rechazar solo a todos los grupos parlamentarios que antes se intercalaban sin cesar.

Este cuadro representa precisamente esta lucha de la unidad contra los múltiples "yoes". La figura demoniaca que está siendo derrotada por el paciente guerrero está compuesta de múltiples caras. Es la hidra de mil cabezas del ego, el demonio, ni más ni menos. De esta forma se entra al tercer estado de conciencia, la “conciencia del sí”, o “recuerdo de sí”. Hay muchos estados de conciencia, pero al principio del trabajo nos interesan tres: - El sueño. - El estado despierto, que no es sino otro tipo de sueño. - La conciencia del sí. Es ser consciente no solo de lo que se hace, sino de uno mismo haciéndolo. Lo tenemos en general por destellos momentáneos, y es más sencillo de conseguir cuando se está pasivo, meditando por ejemplo, pero lo útil es conseguirlo en todo momento: hay que darse cuenta completa y constantemente del “yo” y de lo que está haciendo. Para esto sirven los “yoes de trabajo”. Así advertimos nuestra mecanicidad y nuestra esclavitud. Advertimos la nulidad que somos, una hoja en la corriente. Ver este comportamiento mecánico en nosotros y en quienes nos rodean nos convierte en cínicos. Pero es solo el principio. Aquí es donde se produce la bifurcación de caminos de la que hablan todas las tradiciones místicas. Es donde se hace necesario elegir si se va a ser completamente mecánico o completamente consciente. La observación de sí es un proceso complicado. Gurdjieff recomienda dedicarle varios años hasta que se pueda comenzar con otra cosa. Lo primero que es necesario comprender es que somos incapaces de observarnos a nosotros mismos, porque esa es una función del “amo”. Esto nos lleva a la metáfora del ser humano como un carruaje. Para Gurdjieff, el ser humano es como un carruaje. Hay un centro físico (el carruaje en sí), un centro emocional (el caballo que tira de él), un centro intelectual (el cochero) y un amo (el pasajero). Al principio del camino no hay amo (se turnan los múltiples “yoes”) y el cochero no sabe qué hacer. Esto hace que el carruaje vaya a la deriva, por caminos pedregosos que terminan deteriorándolo. Más tarde, el cochero (centro intelectual) adquiere conocimientos esotéricos y se empieza a formar una idea de qué es lo que hay que hacer (hay un "centro magnético"), pero es incapaz de comunicárselo al caballo (centro emocional) porque no conoce su lenguaje. Es necesaria una integración de los centros del ser humano. Cada uno debe ejercer las funciones que le son propias, pero ocurre que no es así normalmente. Por ejemplo, utilizamos el emocional cuando deberíamos usar el intelectual y viceversa. Tenemos unos centros más desarrollados que otros y esto crea descompensación y también que los deseos de una parte no puedan ser satisfechos, porque el organismo no le dedica suficiente energía. Comprender la máquina humana implica comprender todo esto, pero evidentemente no basta con la comprensión intelectual, se requiere que cada centro lo entienda. Evidentemente, nada de esto puede suceder si actuamos como siempre hemos actuado y pensamos como siempre hemos pensado. La máquina dejada al libre albedrío reproducirá eternamente su propio mecanismo sin cambiar ni un ápice. El carruaje transitará siempre por la Avenida Principal hasta que enmohezca, por mucho que el cochero en sus sueños esté viajando por el cosmos. Por eso es necesario cambiar los hábitos en la línea de lo que Castaneda llama “no haceres”. Gurdjieff dice que “sin lucha no hay progreso ni resultado. Toda ruptura de hábito produce un cambio en la máquina”. Así que cambiar los hábitos es esencial, es necesario transitar por distintas calles, pero con cuidado de que nuestro carruaje no se estropee por el cambio. Para ello es necesario proceder a un uso eficiente de la energía que nos permita encontrarnos fuertes y preparados para el cambio. El objetivo del "centro magnético" de yoes interesados en la búsqueda es conseguir formar lo que se llama el "mayordomo interino", que se forma por medio del estudio consciente de las energías y funciones que usamos. Este estudio nos lleva a utilizarlas mejor y a equilibrar el uso de los centros en nuestra vida. A partir de ahí, no puede avanzarse sin maestro. Gurdjieff se pronuncia sobre ello (en lo que viene a ser su discrepancia esencial con el método de Krishnamurti, que niega los maestros):

Al hombre que está buscando con todo su ser, con todo el interior de sí mismo, le llega la indefectible convicción de que el descubrir cómo saber a fin de hacer, sólo le es posible encontrando un guía con experiencia y conocimiento, que lo tome bajo su custodia convirtiéndose en su maestro. Y aquí es donde el olfato de un hombre es más importante que en cualquier otra parte. Escoge un guía para sí mismo.

La teoría del esoterismo es que la humanidad consiste de dos círculos: uno grande, exterior, abarcando a todos los seres humanos, y un círculo pequeño en el centro de personas instruidas y con comprensión. La instrucción verdadera, la única que puede cambiarnos, sólo puede venir de este centro, y la meta de esta enseñanza es ayudarnos a prepararnos para recibir tal instrucción.

El desarrollo de sí es imposible sin una fuerza adicional desde afuera y también desde adentro.

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Es importante recordar que el primer objetivo no es mejorar a partir de lo que ya somos, sino que lo que somos muera. Gurdjieff dirá que “Lo que importa es reestablecer lo que ha sido perdido, no adquirir nada nuevo. Este es el propósito del desarrollo. Hasta que un hombre no se desnude a sí mismo, no podrá ver”.

Se profundiza más en las enseñanzas de Gurdjieff sobre el todo y sobre el ser en este post, escrito con posterioridad: 

http://trascendentalism.blogspot.com/2008/09/gurdjieff-2-parte-el-rayo-de-la-creacin.html

domingo, 1 de abril de 2007

El mito de la Torre de Babel. Explicación e Interpretación esotérica.

La incomprensión existente en torno al mito de Babel lo ilustra y legitima su actualidad. Así, gente procedente de distintos nichos culturales otorga distintos significados a la leyenda. De esta forma, un cristiano verá en él el pecado de la vanidad del hombre que quería alcanzar a Dios, y el castigo divino del fuego y la destrucción del proyecto común; un arqueólogo o empresario emprendedor lo mirará desapasionadamente y se pondrá a buscar zigurats por Irak a ver si encuentra algo parecido y así se hace tan famoso como Schliemann al descubrir Troya. Los psicólogos, por el contrario, pueden ver en la Torre un referente para el análisis de las dinámicas de grupos, Alejandro González Iñárritu vio en ella una oportunidad de hacer otra película más sobre historias cruzadas y el sociólogo Niklas Luhmann seguro que ve una ejemplificación de su teoría sociológica de sistemas y dinámicas macrosociales.

Precisamente, como ya nos indicaba Luhmann en el anterior post, la idea es que cada uno agarra la realidad desde su propio sistema o piso de la torre y se las arregla para que la realidad le encaje en su propia perspectiva. Como acabamos de indicar, lo más gracioso es que esto sucede incluso con la explicación del por qué sucede esto, con el propio mito.

La historia bíblica nos habla de gentes de oriente que hablaban una sola lengua y que llegaron a la tierra de Shinar y se dijeron “vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego” (Génesis XI), y se pusieron a construir la torre para que llegara al cielo. Entonces Dios se cabreó con ellos y los confundió haciéndoles hablar muchas lenguas para que dejaran de trepar y se dispersaran por la tierra y se multiplicaran. El Talmud por el contrario cuenta que Dios lo que hizo fue destruir la torre incendiándola porque algunos de los que la construían querían subir para declararle la guerra en su reino de los cielos.

Sea como fuere el abandono de la torre, lo importante es que el idioma original del hombre se perdió y se dividió en 72 lenguas (una de las cuales, según Esteban Garibay era por supuesto el vasco). Y se dividieron en tribus y se dispersaron como hinchas de distintos equipos después de un partido, formándose las naciones y la falta de entendimiento que caracteriza nuestra civilización actual.

El afán integrador de una humanidad dividida ha estado siempre presente, y para ello se ha emprendido en numerosas ocasiones la loable tarea de encerrar niños incomunicados a ver qué palabras aprenden de Dios, a ver cuál era el lenguaje original divino antes de la caída de Babel. Se hace esto desde hace 2.700 años; lo han efectuado el faraón Psamtik, el rey Jaime V de Escocia, el emperador Federico II Barbarroja y el emperador Akbar de la India, obteniendo que el idioma original era el pirgio, el hebreo y ninguno en los dos últimos casos porque los niños murieron sin decir palabra. (El último intento de descubrir el lenguaje original del hombre lo realizó, conforme a “ciudad de cristal” de Paul Auster, un tal Stillmann, al parecer con cierto éxito, pero tampoco podemos fiarnos mucho).

Algo más materialistas y aprovechando lo publicitada que está, los buscadores de tesoros y fama se empeñan en ver Babel en cada rastro de torre grande que se encuentran por la zona, y van chillando a turnos: “¡he encontrado Babel, es el ziggurat de Etemenanki!”, y otro contesta, “¡No, yo la he descubierto, está en Borsippa, a 11 millas ruta Babylón!”. Pero no ha de confundirse la historia con los gritos de los fruteros del mercado.

A la izquierda tenemos a un marine americano bajando de ver a Dios por las rampas del minarete de Samarra, una de las construcciones relacionadas con la torre de Babel.

Un dato que debería llevarnos a cierta reflexión es la presencia del mito de Babel en tradiciones bastante distantes. El Corán sitúa el mito en el Egipto de la época de Moisés, y -lo más extraño- también hay un mito mesoamericano que habla de la construcción de la gran pirámide de Cholula con objeto de arrasar el cielo, y de su destrucción por parte de los dioses y la confusión de las lenguas de los trabajadores. Este mito se lo contó a fraile dominicano Diego Duran un sacerdote de Cholula de 100 años de edad, poco después de la conquista de México. También hay una antigua leyenda tolteca que cuenta aproximadamente lo mismo. Historias similares corren por Nepal y el norte de la India, así como en China. En todas se habla de una única lengua original, del desafío del hombre a Dios y de la instantánea confusión de lenguas a manos de éste. Finalmente, el Dr. Livingstone contó que las tribus cerca del lago Ngami tenían una tradición similar (pero en vez de confundir sus lenguas, Dios les derribaba pedruscos de la torre sobre su cabeza, así que el mito no cuenta).

Naturalmente, pretender que la torre de Babel se construyó en todos esos emplazamientos es casi tan absurdo como asegurar que todos están equivocados salvo nosotros, de tradición cristiana, que somos más inteligentes e interpretamos mejor los “clásicos”. Este es uno de los problemas que surgen de mirar al mundo desde el piso de la torre en el que uno se encuentra, pretendiendo que dicha perspectiva es la única posible.

Cuando encontramos la misma leyenda en distintas culturas, ¿qué es aquello a lo que debemos atender?, ¿qué es lo que no cambia estemos en Irak o en Yucatán? Hay dos cosas que no cambian: que somos seres humanos y que tenemos este mito. Por lo tanto, quizás debiéramos partir de los dos únicos datos seguros que permiten establecer una teoría sólida.

Desde la interpretación esotérica, buscar todos los edificios u objetos mencionados en la Biblia resulta tan absurdo como interpretar literalmente su significado y creer que efectivamente algo llamado Dios bajó del cielo, y que estaba enfadado, y que bla, bla, bla. Para la tradición esotérica, la Biblia entera es una metáfora, así como todo texto religioso. El mito de Babel, por tanto, también lo es. La separación de lenguas significa la fragmentación de la unidad, la división… Y la división significa la caída, porque la voluntad del hombre no puede realizarse si su ego está dividido. La división no fue solo entre personas, fue además en cada uno de nosotros. Vencer la división y alcanzar la unidad, el absoluto, equivale a vencer a las mil cabezas de esa hidra que es el ego, ese cúmulo de “yoes” que van turnándose para reclamar comida, fama, sexo, dinero, diversión, amor, victoria o molestias de ese estilo.

Babel está compuesta de dos palabras: “Baa”, que significa “puerta”, y “El” que significa “Dios”. Por tanto, la torre es una puerta hacia Dios. Cuando se habla de una puerta hacia Dios, resulta absurdo interpretar literalmente que hay que subir a saltitos escalón tras escalón y al final te plantas en el cielo y conoces a Dios, le pides un autógrafo, te regala una carpeta y un bolígrafo de promoción, te da palmaditas en la espalda y cosas así… Desde una perspectiva esotérica la puerta hacia Dios nunca ha estado fuera de uno mismo, sino disponible en cada uno de nosotros, esperando ser descubierta. Evidentemente, no podemos encontrarla si solo miramos al estrecho cuartito del piso de la torre donde nos encontramos. Y si miramos “desde la torre” no vemos “la torre”, sino la vista correspondiende a nuestro cuartito, una distorsión del absoluto.

La torre, que es una torre helicoidal, está por tanto mostrando un camino, un camino cuesta arriba, que parte de lo concreto y efímero (la tierra) y lleva hacia lo abstracto y trascendente (el cielo). Ante el reto de cómo representar un camino interior, abstracto… humanos de todo el mundo acuden al significado simbólico más evidente: la construcción humana (no natural, de ahí el ladrillo) interior de un camino que sube, como las plantas cuando evolucionan, que sube hacia la luz, las estrellas, lo infinito. El mito de la torre de Babel es arte, no mera descripción homérica de hechos históricos. Esto es lo que diferencia esta historia de la de Troya.

Conforme al místico armenio Gurdjieff de principios del siglo XX, de quien hablaremos en un artículo posterior, el mito de Babel cobra un cariz absolutamente distinto. La humanidad se halla dividida en estratos, fundamentalmente cuatro. El externo es al que pertenece la casi completa mayoría de la población, vive en el anonimato, no se comprende con los demás, todo cuanto ve es reflejo de su propio ego, interpreta conforme a su propio idioma mental, vive en lo imaginario, prejuicial… incomprendido e incapaz de comprender nada más allá de su nariz. Una tremenda barrera divisoria separa este estrato de los otros tres, llamados exotérico, mesotérico y esotérico respectivamente. Las personas que residen en dichos estratos tienen conocimiento del camino hacia el Absoluto, los exotéricos un conocimiento meramente teórico y los esotéricos un conocimiento teórico y también práctico. Continuamente se lanzan mensajes desde los círculos esotéricos hacia la confusa turba de afuera para tratar de dirigir a los hombres hacia sus propias posibilidades evolutivas, para sacarlos de la incomprensión y la división y permitir que en ellos se alce la unidad. Se trata del camino o “los caminos” místicos de acercamiento a aquello a lo que se llama Dios desde esta perspectiva; no una entidad separada de ti que te gobierna, sino más bien el “todo”, el “absoluto”.

El lenguaje no es la única barrera, solo las ejemplifica. La incomprensión es total: no escuchamos lo que dicen sino que remitimos a categorías mentales prefijadas, etiquetamos personas, actitudes, formas, obligaciones, tonos, sonidos, animales y desde ese mismo momento dejamos de ver la realidad y comenzamos a vivir en nuestra imaginación. El pasado y el futuro contaminan la experiencia del presente hasta tal punto que todo lo que vivimos termina siendo engorrosa repetición de este pasado o inútil ensoñación del futuro. La división de las lenguas es una metáfora de la división humana, de cómo estamos alienados, encerrados en cubículos autorreferenciales que nos impiden movernos por la torre, evolucionar.

Lo de arriba es el cuadro del pintor Brueghel titulado “La torre de Babel”. La característica fundamental que tradicionalmente se ha señalado en el cuadro era el abandono de un diseño helicoidal. Esto era interpretado como la imposibilidad de una evolución de los estilos artísticos, que van montándose unos encima de otros (cada piso es distinto). Desde la perspectiva esotérica señalada, indicaría una división insalvable en el camino hacia Dios.

Sin embargo, el pintor abstracto turolense Gonzalo Tena descubrió algo en el cuadro de Brueghel. Descubrió, de hecho, un camino oculto que permitía atravesar las plantas, camino que se inicia abajo a la derecha desde la barca y que sube hacia las 10:00, a través de escaleras disimuladas en una parte derruida y tablones de madera que marcan una clara dirección, hasta arribar a una cabaña pegada al muro, donde Gonzalo Tena identifica al propio Brueghel, que se ha dibujado a sí mismo en el tercer piso de la torre, pintando el mismo cuadro en el que aparece pintado, observándolo con unas lentes de aumento, instrumentos requeridos también por nosotros para identificar al pintor alemán.

De forma que hay un camino, arduo y peligroso, eso sí, que permite atravesar las divisiones aparentemente insalvables.

Pero eso no es todo, sino que el propio diseño aparentemente “no helicoidal” de la torre se pone en cuestión, al descubrir Gonzalo Tena que junto al dibujo de Brueghel hay una ventana y una puerta distintas de las del resto del piso, como las del siguiente. Juzgando imposible que este y otros detalles fueran errores, la conclusión es que esta evolución artística progresiva es posible, que los estilos pueden entenderse y la diversidad conciliarse, que el ser puede cambiar poco a poco andándose la torre entera, o más rápido caminando por el abrupto sendero abierto en el muro de la torre de Babel.

Pero para ello debe superar la incomunicación, debe salir de su piso, sea cual sea, y moverse, caminar, liberarse de los condicionamientos y de la identificación con el idioma, la tribu, el hogar… liberarse del pasado y del futuro y caminar torre arriba.

Y sin embargo la construimos incesantemente en lo externo, la buscamos fuera sin comprender que no va a cambiar nada fuera jamás si no es en correlación con un cambio interno, porque para nosotros solo existe lo que tiene un nombre en nuestra mente; lo demás son alaridos de bárbaros, cómicos, incomprensibles, despreciables... ¡Como en casa en ninguna parte, Totó!

viernes, 9 de marzo de 2007

La filosofía sobre el problema ecológico: Hans Jonas Vs. Niklas Luhmann

Hoy hablaremos de dos distintas visiones sobre la crisis ecológica con sus respectivas propuestas, señalando en primer lugar que el objeto de tal debate racional sobre las salidas al desastre es más lúdico que cualquier otra cosa, puesto que las dos propuestas son hoy en día tan inútiles que se merecen incluso aparecer en este blog.

Nuestro primer invitado de honor es el filósofo Hans Jonas, discípulo de Heidegger y de Husserl, y su enfoque tendrá por tanto las tonalidades de la fenomenología. El segundo será el sociólogo Niklas Luhmann, discípulo de Parsons (que a su vez era discípulo de Durkheim), y traductor de Maturana al ámbito sociológico, y su enfoque está basado, debido a ello, en la lógica sistémica.

- Hans Jonas y el escape a través de la nueva moral:

Hans Jonas (a la derecha), que era un profesor universitario especialista en filosofía gnóstica, revolucionó sin embargo en los 70 a la intelectualidad alemana con su libro “El principio de responsabilidad”, que ha influenciado enormemente el pensamiento moderno en relación a los peligros de la técnica, al principio de precaución y a la protección de los derechos de las generaciones futuras.

La idea primordial del libro es que “la crisis ecológica demanda debatir la responsabilidad colectiva, ya que lo que está en juego es la suerte de las generaciones futuras y del planeta en su conjunto”. Por tanto Jonas no pertenece a las escuelas de la Deep Ecology, sino que su visión es puramente antropocéntrica; la naturaleza se debe proteger no porque sea bonita, sino porque si no desapareceremos.

El punto de partida es que vivimos una situación abierta a una catástrofe sin precedentes que hace obsoletas las pautas de acción tradicionales. Desmonta la utopía científica de que caminamos hacia un mundo mejor, la utopía de la salvación científica, que no es sino una prolongación “laica” de la utopía de la salvación cristiana, y resucita la antigua profecía de la desgracia, el mito de Ícaro, cuyo invento de la tecnología del vuelo le llevó demasiado cerca del Sol. También el mito de Prometeo; según él como civilización somos un “prometeo definitivamente desencadenado”, hemos desafiado el poder divino robando el fuego y no sabemos exactamente qué uso darle. En consecuencia, la naturaleza está comprometida por la acción de un chimpancé que se ha hecho con tecnologías divinas más allá de su comprensión y que las ha preordenado a un objetivo moral: la destrucción y dominación de todo aquello que no es humano. Es el triunfo de las ideas de Francis Bacon, que desgraciadamente no conocía las complejas interrelaciones del hombre con su medio cuando escribió “La nueva Atlántida”, pero al que seguimos haciendo caso como si se tratara de un enviado de Dios en la Tierra.

Para Jonas, “el aprendiz de brujo acaba arrastrado por las fuerzas que creía dominar”. Nuestra generación tiene su propia versión de este mito, y de momento estamos en la fase: “Lázaro, ¡levántate y trabaja!”, pero nuestro final carece de un mago responsable que arregle el pifostio.

El desastre que nos cerca es, por tanto, producto de nuestro poder. Esto implica que debemos responder a esta situación responsablemente, dado que somos la causa. La amplitud y el tipo de poder determinan la amplitud y el tipo de responsabilidad. El problema está en cómo hacerlo. Al hablar de responsabilidad, es necesario hablar de moral. Jonas dirá que la moral tradicional no nos sirve, porque es un conjunto de pautas de justicia cara a las relaciones de los hombres entre si, sin contemplar la relevancia de sus relaciones con la naturaleza (la moral de la polis). Es una moral además del cara a cara, que se desarrolla espacio-temporalmente en el aquí y el ahora. Nadie es considerado responsable de los efectos ulteriores del propio acto bien intencionado, bien reflexionado y bien ejecutado. Hoy en día, la polis no existe, no hay frontera entre el reino humano y la naturaleza, toda la superficie del planeta está afectada por la acción humana; la acción en el aquí afecta al allá, y la acción en el hoy afecta al mañana. La moral tradicional no contempla esto, por lo que no sirve.

Respecto a la técnica, dice que ésta ha dejado de ser un tributo a la necesidad y se ha convertido en un progreso justificado en sí mismo en cuya consecución se implica el supremo esfuerzo y participación del hombre. Se trata de la persecución de la utopía; la utopía de la salvación a través de la técnica ha adquirido mayor poder sobre el hombre que el que cualquier ideología haya tenido nunca. Jonas rechaza las utopías, critica sistemáticamente la utopía marxista, ya que hoy en día “no se trata de que los hombres sean mejores, sino de que simplemente sigan siendo”. Jonas recomienda dar vacaciones a la utopía por siempre jamás. La nueva ética es una ética de la supervivencia.

Las ciencias naturales no dicen "toda" la verdad sobre la naturaleza; la visión dominante desacraliza todo y niega cualquier derecho a pensar en la naturaleza como algo que haya de ser respetado; por ello la destruye sin consecuencias morales. Jonas indica que “es posible que haya que reorientar la empresa científica recuperando su tradicional autoconciencia como saber contemplativo, de espaldas al ideal demiúrgico desatado tras el triunfo del modelo baconiano”. Habría también que “acabar con los hábitos arraigados de consumos desbocados, aun cuando sea al precio de un temporal empobrecimiento económico. Y, por lo mismo, hay que atajar el crecimiento también desmesurado de la población mundial”. Jonas propone un moderno ascetismo, ya no fundamentado en la existencia de una realidad transcendente, sino en la necesidad de sobrevivir.

Finalmente, el colofón de su discurso, y también el punto que le acarreó las mayores críticas, es que Jonas acepta lo que él llama una “pausa de la libertad en los asuntos exteriores de la humanidad” como precio necesario para el cambio, es decir, una dictadura siguiendo el modelo aristotélico del filósofo-rey. Efectivamente, Jonas es escéptico sobre la capacidad de las sociedades democráticas, víctimas del corto plazo político, para resolver los grandes problemas civilizatorios de nuestro tiempo (en lo que no le falta razón), y por ello propuso en su día que una dictadura comunista podría tomar más fácilmente las medidas necesarias para preservar el medio ambiente. Tras la caída del muro de Berlín y una rápida ojeada a lo que había detrás, Jonas matizaría acertadamente sus opiniones sobre la capacidad de los regímenes comunistas para proteger el medio ambiente.

- Niklas Luhmann y el escape a través de la comunicación entre sistemas:

Niklas Luhmann (sí, el de la derecha no es un simple geek o un nerd, es Luhmann, lo prometo), máximo exponente de la teoría sociológica de sistemas, no discute que la especie humana se encamine al desastre, lo cual considera mucho más que probable; solo discute el modo de afrontar el problema, que para él no debe ser moral, sino fundamentado en la comunicación.

Para Luhmann, el problema es que vivimos en una sociedad basada en la “diferenciación funcional”. A diferencia de la “diferenciación jerárquica”, típica de las sociedades estamentales premodernas, la diferenciación funcional se caracteriza por carecer de cúspide o centro vertebrador. Así, la sociedad como sistema es el conjunto de los sistemas diferenciados, pero no hay un sistema de sistemas que lo englobe, o lo que es lo mismo, no hay líderes, y la dinámica social es caótica.

El juego de los distintos sistemas es complejo: Luhmann indica que “no se puede decir que los entornos seleccionen y los sistemas se adapten: lo que hay es un juego complejo entre ambos. La adaptación fáctica (viabilidad) es solo uno de los resultados posibles: el otro, más dramático pero también más frecuente en la historia evolutiva, es la desaparición”.

Además, los sistemas son autopoiéticos o autoreferenciales. El término de autopoiesis, que Luhmann trajo del campo de la biología constructivista (de H. Maturana y F. Varela, más concretamente), significa la capacidad de un sistema de producirse a si mismo digiriendo elementos de su entorno. El problema es el sistema que digiere el entorno conforme a las reglas del propio sistema, por lo que en realidad lo que hace es producirse a sí mismo continuamente (como hacemos los seres vivos, según Maturana).

Hay tantos entornos como sistemas, pero además cada uno de los sistemas es el entorno (indescifrable) para los otros. Por lo que el todo (unidad) resulta así mucho menos que la suma de las partes, invirtiéndose así la conocida proposición sistémica. De esta forma, no hay un problema ecológico, sino múltiples, variados e intraducibles a una lengua de lenguas; tendremos así distintos problemas ecológicos para el economista, el jurista, el geólogo, el político, el empresario... incomunicables entre sí.

Y así, la solución a problemas políticos generará problemas tecnológicos que generarán a su vez problemas jurídicos cuya solución generará a su vez problemas económicos, etc, etc. No hay ninguna instancia central de coordinación y control que permita gobernar unitariamente la complejidad que así se genera.

Por eso no cabe la integración moral, como propone Jonas, porque no hay una instancia que decida cuál es esa moral, y no cabe afrontar el problema desde el derecho, la política, la economía… porque la incomunicación hará que el problema continúe ahí. Sorprende en estas circunstancias que Luhmann no proponga la creación de un centro vertebrador dictatorial, como sí hace Jonas, y que critique a éste en ese punto. Quizas influya el hecho de que a diferencia del primero, Luhmann luchó en el ejército alemán hasta 1945.

Respecto a la tecnología, Luhmann indica que la técnica no cumple siempre sus promesas, y no solo no las cumple, sino que cuando alcanza cierta complejidad, “no puede cumplirlas”: pequeñas inexactitudes pueden tener graves consecuencias, toda tecnología está abierta a interferencias no contempladas del entorno y existen causalidades únicas que llevan a que una combinación de circunstancias atípicas genere desastres imprevisibles. Así, “el intento de protegerse con técnica de los riesgos de la técnica es evidentemente limitado” (por no decir absurdo, añado yo). La conclusión es que un sistema tecnológico no se puede cerrar sobre sí mismo asegurando su perfecto funcionamiento”, al igual que ningún otro sistema.

Luhmann resalta, en definitiva, que lo necesario es la comunicación entre los distintos sistemas, conducente a hacer inteligible el problema, aunque no a solucionarlo. En ese punto es pesimista, e indica que lo único que podemos hacer es sentarnos lúcidamente a esperar el final.

Niklas Luhmann aborreció siempre del moralismo verde, de su tendencia a sustituir conocimiento por sentimiento, de su retórica del miedo y del irrealismo de sus pretensiones. Sin embargo, lo primero que se deriva de su crítica es que la razón, como elemento vertebrador de los distintos sistemas, se ha demostrado incapaz de unir a éstos; en esas condiciones debería quizás explorarse la capacidad del sentimiento para amalgamar seres humanos. Respecto a su rechazo de las pretensiones verdes como “irreales”, opino que fue quizás su absoluta falta de pretensiones lo que le llevó a decidir ganarse la vida en el mundo de la sociología (y más concretamente de la sociología posmoderna) bastante apto para dicha constitución moral.

Luhmann critica también el antropomorfismo subyacente de Jonas, indicando que ¡somos un resultado casual de la evolución y basta!. Creo, en cambio, que dicho antropomorfismo también parece ser un resultado causal de la evolución, lo mismo que los sentimientos y las preguntas metafísicas.

Y en definitiva, lo que hace Luhmann es traducir el antiquísimo mito de la torre de Babel (del que hablaremos próximamente) al idioma actual sistémico, idioma que tampoco resulta inteligible para todos, por lo que aplicando su propia teoría, tenemos que su contribución misma, además de no ser tan original (sus bases se pierden en el más remoto pasado), es incapaz de aunar una comunicación global porque solo se dirige a unos cuantos pisos de la inmensa torre, siendo inaccesible a los demás, en algunos casos por estulticia del receptor y en otros por la sabia decisión que un ser humano puede legítimamente tomar en su vida de no leer sociología bajo ningún concepto.

Ambos pensadores tienen algo en común, y es que superan el utopismo decimonónico, tanto liberal como marxista y por supuesto cientificista (todos los cuales juntos nos echaron de cabeza a la fotografía de la izquierda), de que a la fase de desconcierto, vacío e incertidumbre sucede la futura constitución de un mundo mejor, de que hay una luz al final del túnel.

Pero ambos autores se separan de esta tradición: para ellos es evidente que no podemos confiar en unas manos ocultas y benéficas para construir nuestro futuro mejor con independencia de las pasiones de los individuos. Ambos coinciden en percibir al ser humano como una criatura frágil que vive en un único mundo común y sin valedor.

Mientras esperan lúcidamente la llegada del apocalipsis, les recomiendo escuchar el disco cuya portada coincide con la foto de arriba.

viernes, 9 de febrero de 2007

Otro posible fin del mundo: la crisis ecológica

Metrópolis inundadas, regiones enteras tragadas por el desierto, descomunales huracanes veraniegos, olas de calor que matan decenas de miles de personas cada año, incendios encadenados por todo el planeta, deforestación acelerándose, polos derritiéndose, centrales nucleares y químicas reventando, petróleo ardiendo por doquier, el viento arrancando la tierra fértil a razón de 24.000 millones de toneladas anuales y depositándola en el fondo del mar, matarile-rile-rón… como si fuera comida para peces, y sobre todo… sobre todo… campos de golf que se quedan marrones por la falta de agua. ¡Maldita sea, todo menos eso!

Lo anterior no es nuestro futuro, es nuestro verano. El próximo va camino de empeorar, y no lo digo yo, sino Punxsutawney Phil, la marmota que les predice el tiempo a los yanquis y que este año ha anunciado una primavera anticipada.

Y ante todo ello, como precisamente diría cualquier protagonista de cualquier película estadounidense de acción elegida al azar entre todas las existentes: “¡Podemos quedarnos aquí cruzados de brazos o mover el culo y arreglar el problema de una vez por todas!”

El cambio climático, posiblemente el principal de los problemas (y aunque no lo sea, desde luego el único del que ahora voy a hablar), parece tener su causa en la proliferación de las emisiones industriales, principalmente por la quema de combustibles fósiles como ese que se llama… a ver… ¡ah, sí, Petróleo!

Aunque sobre ello hay discusión.

Por poner un ejemplo, las empresas dedicadas a la manipulación de dicho elemento, como EXXONMOBIL, reconocen que el planeta se calienta y que eso al final podría ser malo, pero que definitivamente todavía no está tan claro que sea culpa suya, así que mientras tanto recomiendan maximizar el uso de mecanismos de mercado, lo que significa que el contribuyente les pague para que reduzcan emisiones (técnicas impositivas) o que a ellos se les permita pagar para poder seguir contaminando (Protocolo de Kyoto, o sea, “te pago para que me dejes destruir el mundo de donde saco el dinero con el que te pago”) y asegurar un coste predecible de reducir el CO2, lo que significa que ellos pueden generar incertidumbre sobre el clima, pero que el Estado no puede generarles incertidumbre a ellos en ningún caso.

Mientras, por el otro lado, Greenpeace anuncia que EXXONMOBIL lleva tiempo ya financiando a los que niegan el cambio climático, pagando a institutos, portavoces y tratando de corromper científicos de todo el mundo para que afirmen que el cambio climático es una manía más del planeta o que no existe en absoluto. 

Pero es posible que gran parte se lo estén inventando. Al fin y al cabo, Las petroleras no necesitan incumplir la ley para que el pueblo comprenda que tiene que consumir todo el petróleo que pueda, porque el pueblo ya lo comprende perfectamente y sigue religiosamente los consejos de consumo que la televisión nos inspira, amén.

Pero de ser cierta la acusación, de todas formas EXXONMOBIL lo tendría cada vez más dífícil, con Tony Blair asegurando que o se reducen las emisiones en 10-15 años o esto se acaba, Georges Bush reconociendo que el cambio climático es una realidad, la ONU informando de que la industria es responsable y Al Gore sentenciando a muerte al planeta por culpa del materialismo en ese documental que corre por ahí sobre su persona.

A la izquierda tenemos a Al Gore controlando el planeta desde su nave interestelar. Y es que todos los que vemos los Simpson sabemos desde hace tiempo quien es realmente Al Gore (a la derecha).

No nos engañemos, las leyes del karma son muy claras: “si todo esto nos está ocurriendo ahora, algo habremos hecho”. James Lovelock, fundador de la Ecología y de la teoría de Gaia y a la par científico de la SHELL y la NASA y fuerte detractor del ecologismo sindical, augura la planeada venganza de Gaia sobre su peor enfermedad, nosotros, diciendo que “antes de que este siglo termine, miles de millones de personas morirán, y los pocos grupos que sobrevivan lo harán en el ártico, donde el clima seguirá siendo tolerable”. Y su opinión sobre nuestro futuro desde luego no es la única.

¿Y qué hacer?

Lovelock propone inversiones masivas en energía nuclear como única forma de minimizar el desastre. En ello no coincide con todos. Por ejemplo, Stuart Parkinson y la Sociedad británica de Científicos para la responsabilidad Global (SGR), opinan que las emisiones de carbono a la atmósfera provenientes del enriquecimiento del uranio y de otros procesos necesarios previos al funcionamiento de una central nuclear igualan a las de la quema de combustibles fósiles. Otro problema es el riesgo de que las centrales revienten. Antes de Chernobyl, el informe Ramussen de 1974 fijaba la probabilidad de un accidente nuclear grave en 1 en 1.000.000 y muy grave en 1 en 10.000.000.000. Después de Chernobyl y un montoncito de catástrofes más (Windscale, Idaho Falls, Three Mile Island, Harrisburg, Browns Ferry Alabama, Tsuruga, Bugey...), el riesgo que actualmente reconoce la Agencia Internacional de la Energía Atómica y con el que coincide la industria nuclear es un millón de veces mayor que en el informe Ramussen: la probabilidad de accidentes importantes es de uno cada mil años/reactor. Así que teniendo en cuenta los reactores que serían necesarios para abastecer con energía nuclear el planeta, esto significa que habría un accidente grave cada dos años y medio y un Chernobyl cada algo más de tiempo, y como ese Chernobyl sucediese además en el ártico, estábamos apañados… Dado que la radiación tarda mucho en desaparecer, con esas estadísticas en un tiempo la lucha humana pasaría a consistir en movimientos masivos de refugiados radiactivos buscando lugares más saludables. Y el caso es que esta es la alternativa por la que se está empezando a apostar.

Y al parecer las cosas no funcionan con casi ninguna tecnología verde: casi todas son contaminantes en sus procesos previos de construcción, no son rentables sin subvención, pierden capacidad, no son funcionales por sí solas o son algo absurdas, como la obtención de energía de la biomasa, que consiste fundamentalmente en quemar plantas.

El hidrógeno también se postula como una buena apuesta, dado que no contamina, lo hay en abundancia (el Universo es básicamente hidrógeno) y además suena futurista. Solo tiene el problema de que requiere para ser preparado y almacenado más energía de la que es capaz de dar, es decir, que de momento no sirve absolutamente para nada. Naturalmente, los cientificistas opinan que Dios proveerá y que en el futuro el hidrógeno dará energía y que además tendremos patinetes sobre colchones de aire como los de “Regreso al Futuro II” y todos los hombres y mujeres serán guapos e inteligentes como los de “Gattaca”. Y es muy loable que lo hagan, porque todo esto es altamente posible y deseable que suceda (nuestros genetistas inspirados por Mengele trabajan en lo último con pasión), pero resulta que el futuro lo estamos creando hoy, y hoy no disponemos de suficiente energía sin riesgos ambientales ni de ninguna forma de obtenerla, y dada la pequeña horquilla de tiempo que la realidad nos deja para adaptarnos o morir, puede que cuando lleguemos el campamento esté destruido, porque de momento lo que estamos haciendo como sociedad es prenderle fuego incesantemente mientras algunos piensan cómo podrían ser felices sin necesidad de incendiarlo todo.

No está el jefe de la tribu para decidir porque ya no hay jefes. Y al parecer la mayor parte de la tribu está todavía demasiado influenciada por el servilismo medieval, social y religioso, hasta el punto de que nadie es capaz de tomar el control sobre sí mismo y aplicar por sí mismo, desde sus dominios corporales, la evidente solución al problema enunciado, a la cual cualquier mente con un mínimo de conciencia y razón podría llegar por sí misma si sintiera un mínimo de responsabilidad: primero enterarse de que se está rociando con gasolina el propio hogar, segundo enterarse de cómo detener esa acción física inconsciente, tercero dejar de llevarla a cabo y cuarto empezar a pensar en cómo podemos ser felices sin necesidad de suicidarnos, pero ya con calma y tiempo.

Así, para empezar se podría dejar de usar el petróleo y todos sus derivados. Sí, sí, lo se: algo nos toca a todos la moral con esto: si el petróleo desapareciese no habría más pastelitos “Pantera Rosa”, habría que reutilizar bolsas de la compra, y definitivamente no podrían satisfacer ciertas perversiones fetichistas, pero esta angustia vital es normal, porque nos hallamos ante un periodo de adicción severa al petróleo y sus derivados.

Es normal... las malas compañías... se nos está repitiendo por activa y por pasiva, constantemente y de todas las formas imaginables, que lo que tenemos que hacer para ser felices es ¡comprar, comprar, comprar todo lo que veamos!, ¡más y mejor!, ¡tira el viejo!, ¡compra el nuevo!, ¡colonias de promoción!, ¡muñecas hinchables!, ¡liposucciones, Corporación Dermoestética le extrae la grasa y Dunkin’ Donuts se la vuelve a colocaaaar!

En estos casos, el médico recomienda una desintoxicación. Pero es que además puede informar al paciente de que su droga es materialmente limitada, porque el petróleo se nos acabará, como les sucede a los Smokers en “Waterworld, y que no se ha descubierto cómo cultivarla sin asignarle un precio prohibitivo. Lo que hay es la heroína de la bolsita y no más, el sistema mineral planetario no genera riqueza tan rápido como nosotros la consumimos. Ahora bien, lo que queda es suficiente para destrozarnos la vida definitivamente. Por eso convendría que nos sometiéramos con tranquilidad y buen humor a un tratamiento de desintoxicación lo suficientemente potente para quitarnos nada menos que el ansia material, y entonces... ¡ya está, libres de la pegajosa nube de químicos que respiramos todos los días, de los envoltorios irrompibles de los CDs, del exceso de peso originado en grasas artificiales, de los accidentes de tráfico y del cáncer, y además con más posibilidades de crecimiento espiritual. ¿Qué les parece mi oferta? ¡Compren, compren esta solución!

¿Todo esto les parece ocioso? A mi también, pero como dice Faemino, "peor es estar por ahí delinquiendo".

Nota: Señoras y señores, no se preocupen, lo anterior era una ficción publicitaria. No hay ningún campo de golf con problemas de riego. Aquí a la derecha, ni más ni menos, pueden ver “El Saladillo”, un oasis en Murcia, una de las regiones más desertizadas de España. Fíjense que el lugar en cuestión cuenta incluso con un lago artificial, algo innecesario incluso a la práctica de tan noble deporte. Algunas veces son taaaan excéntricos...